El pasado 4 de septiembre fue el Día Mundial de la salud sexual. Un buena ocasión para reafirmar el placer, un placer como consecuencia, un placer saludable, un placer que nos haga mejores personas. La identificación de placer y sexo es evidente; van de la mano, pero -a la vez- son diferentes.

En 1997, Schnarch, un referente en la sexología moderna, plantea la importancia de los procesos psicológicos en la respuesta sexual. Este autor, en su “Modelo del Quantum”, considera que el nivel de estimulación que se puede alcanzar en la experiencia sexual depende de la estimulación física y también de la psicológica. Por tanto, la calidad de la experiencia erótica y la obtención del placer dependerá de aspectos fisiológicos, pero también de todo los procesos relacionales y afectivos que ocurren durante el encuentro íntimo.

Así, el placer implica a toda la persona sus deseos, sus inquietudes, sus actitudes, su manera de ser y hacer, su mundo afectivo, su capacidad relacional, su vida interior y su proyecto de vida.

Es importante señalar que tener derecho al placer, no significa estar obligado al placer. En nuestra opinión, una de las mayores confusiones sociales hoy día es la supremacía del placer sexual. Está muy unida a la cultura eficacista, utilitaria y superficial del sexo que los medios de comunicación y la pornografía nos quieren imponer.

Pensar que el placer es una obligación puede llevar a confundir la manera en la que algunas personas acceden al placer, justificar ciertas acciones de violencia o coerción sexual o generar sobrecarga en las parejas, entre otros desastres.

Así, será importante transmitir a las personas, que el placer sexual tiene diferentes fuentes de acceso, que cada ser humano puede conocerlas, para poder elegir hacia dónde quiere caminar en esta materia. Pero sobretodo, que el placer es una elección que debe respetar siempre los derechos humanos, la libertad de las personas y fomentar el respeto, la empatía y el consentimiento. En la mayoría de las ocasiones el placer sexual es una consecuencia de las elecciones libres de la persona.

Pongamos un ejemplo: si un adolescente piensa que debe mantener relaciones sexuales a toda costa, por la obligación de obtener placer, puede sentirse presionado a tener relaciones sexuales, en las que podría ser coaccionado, contagiarse de alguna enfermedad de transmisión sexual, también podría obligar a alguien a tener relaciones sexuales con el o ella, o simplemente, no ser capaz de pararse a pensar lo que es bueno para él o ella.

Si enseñamos al adolescente, en primer lugar, que el placer es algo bueno, y que además, es necesario aprender a elegir cómo, cuándo, dónde y, principalmente, por qué, con quién, para qué lo está haciendo, el resultado será mucho más satisfactorio, saludable y seguro.

Podemos plantear una manera sencilla de entenderlo a través del siguiente supuesto: ¿Es el placer un fin o una consecuencia?

El placer como un fin

Si escogemos la primera opción y entendemos el placer como el único fin de la expresión y vivencia de nuestra sexualidad, podemos generar confusión y favorecer una toma de decisiones erróneas en las persona que deseen esta obtención del placer:

  • Si el único fin de una relación sexual es el placer, los seres humanos nos convertimos en un mero vehículo para su consecución, dejamos de ser sujetos activos en la relación sexual y pasamos a un segundo plano, ¿El fin es el placer o el bienestar de las personas?
  • Para determinadas personas, focalizar el sexo en el placer o en el orgasmo (que es la exaltación del placer en la sociedad actual, como si la búsqueda de un tesoro se tratase) puede generar presión, expectativas, ansiedad o miedo al fracaso, en la persona que está experimentando la relación sexual. Más aún si esta persona no llegara a alcanzar ese supuesto placer que busca.
  • Si sólo pienso en el placer, me dejo muchas cosas por el camino: podré olvidar la preparación afectiva y corporal, el ambiente, el entorno, las miradas, entender a la persona que tengo delante, comprenderla, cuidarla, respetarla, conocer su cuerpo, bailar su ritmo, tocar sus notas, etc.

El placer como una consecuencia

Pensemos ahora en el placer como una consecuencia, una consecuencia de desarrollar a la propia persona, forjar una identidad sólida y una consecuencia de aprender a relacionarnos de forma saludable con los demás:

  • Sí quito el foco sobre el placer físico en sí mismo o el orgasmo y reflexiono sobre mi propio desarrollo personal, favoreceré el autoconocimiento, la aceptación de uno mismo, una relación sana con mi propio cuerpo y comprenderá y valoraré lo que soy y lo que tengo.
  • Si me conozco a mí, puedo saber dónde estoy y hacía dónde quiero caminar, para así mejorar a mi persona y en consecuencia, aumentará mi placer.

Una vez trabajo sobre mi propio YO, es necesario desarrollar la capacidad de relacionarme con el OTRO. ¿Cuántas veces has escuchado: “El sexo es mucho mejor cuando hay comunicación, conexión y confianza”? Y así es, cuánto mejor nos relacionamos con los demás, el sexo será más placentero.

Si volvemos a quitar el foco de recibir o dar placer, y nos centramos en la persona en su totalidad, el placer aumentará: necesitamos aprender a comunicar nuestros gustos y preferencias sexuales, aprender a pedir lo que deseamos, respetar a la otra persona, empatizar con ella y desarrollar la asertividad sexual, consensuar y acordar qué queremos. Así, sacaremos lo mejor de nosotros mismos, de la persona que tengo delante y del propio encuentro sexual.

Son dos supuestos muy diferentes. Si ponemos el foco en esto último, en potenciar todas estas áreas de la persona, el placer vendrá y será mucho más satisfactorio, gustoso y duradero.

 

Artículo extraído, en su mayor parte, de este blog sobre sexualidad y salud.