El consumo de pornografía en la sociedad occidental de nuestros días es considerado una conducta normal, benévola e incluso beneficiosa. El presente artículo tratará de indagar en las diferencias fundamentales entre pornografía y erotismo intentando poner de manifiesto la importancia del relato simbólico que requieren las relaciones humanas, del que el erotismo da cuenta, más no la pornografía.
Cabe hacerse una pregunta respecto a lo que se entiende por pornografía. ¿Es “el nacimiento de Venus” de Botticelli o “El David” de Miguel Ángel pornografía?. Y consecuentemente: ¿Es el simple hecho de mostrar un cuerpo desnudo un acto pornográfico? Todos los indicadores -a saber: estéticos, éticos, teóricos, etc.-, nos llevan a pensar que no. Que lo que Botticelli o Miguel Ángel hicieron fue algo diferente a la pornografía tal y como se entiende hoy, algo trascendente (una prueba es que se sigue viendo como bello hoy en día) y que poco tiene que ver con la posible excitación sexual que la visión de un cuerpo humano puede provocar en los otros.
El ser humano es un animal simbólico. Esto quiere decir que no conoce nada del mundo que lo rodea si no lo asume representacionalmente (Cencillo, L. 1973). Y esto, por supuesto, incluye su sexualidad.
Pongamos un ejemplo de ello. Una persona se ve atraída por un vestido en un escaparate: lo desea, pero, ¿desea el vestido en sí?, ¿es ese rojo carmesí lo que le atrae?, ¿el talle quizás?, ¿la tela del que está tejido? Probablemente todo ello influya, y todo ello es relativo al vestido en su materialidad, pero de poco serviría esto si su deseo no fuese más allá de estas características. Seguramente se verá en una situación social (una boda, un festival, o una reunión de amigos) con él. Se imaginará lo bien que le quedará para su cita del jueves o lo mucho que realzará su figura, etc. Todos estos atributos no los tiene el vestido en sí, sino que son dados por los demás elementos que intervienen en dicha representación simbólica. Se crea entonces el deseo por la representación a la que se asocia, la misma que a su vez condensa más características aparte de la mera materialidad del vestido.
Y es desde esta perspectiva, la de que el deseo necesita un relato, desde la cual vamos a enfocar la diferencia fundamental entre erotismo y pornografía.
Siguiendo a Moix, T. En una de sus declaraciones: “Evidentemente, ni la pornografía ni la novela con ingredientes de lo que se ha dado en llamar “género verde” tienen nada que ver, en general, con el erotismo ni, mucho menos, con la literatura entendida como manifestación artística. Es más, así como el erotismo está íntimamente legado a la obra de arte en general, ya sea literaria o pictórica o escultórica, […], la pornografía, por el contrario, rara vez guarda relación con lo artístico y pocas son las novelas o relatos pornográficos de los que podamos afirmar que posean una calidad literaria digna de tenerse en cuenta”.
El erotismo que pueden desprender pinturas, estatuas, o Films, dan cuenta de un relato, un texto simbólico. Cuentan una historia con la que el espectador se identifica y “engancha”. Aquello que lo atrae tanto es la historia misma, el saber de su final y por último apreciar o intuir que hay algo que se escapa a la mirada, al oído, a los sentidos en general. Algo que no puede aprehender y que le toca emocionalmente. Como un misterio insondable o prohibido.
Y es que la sexualidad humana tiene mucho de misterioso. Algo que nos hace gozar y que nos atormenta al mismo tiempo. Aún en nuestros días, cuando se proclama una des-tabuización de la sexualidad en todas sus esferas, sigue siendo esta una fuente de conflictos, tensiones, malentendidos, traumas y fijaciones. Incluso Sigmund Freud en “El fetichismo” (1927) declaró que no podía llegar a explicar del todo cómo se forma el deseo en el humano.
Poco tiene que ver este tipo de relatos con la pornografía actual. En ella el cuerpo humano es mostrado sin ninguna significación más allá del propio cuerpo. Volviendo al ejemplo del comienzo, es como si el vestido del escaparate fuese solamente un trozo de tela. Y
que por lo tanto el deseo cesa cuando lo posees. Pero con una diferencia fundamental, se está hablando de personas, personas que se cosifican y se muestran al observador como objetos en los que satisfacer su pulsión.
En el texto pornográfico no hay una representación simbólica, no existe un relato que guíe el deseo más allá de la pura materialidad. Es una desnudez sin misterio, sin nada que esconder y sobre todo sin sujeto. Por tanto, es el sitio perfecto para que aparezcan las formas de goce más sádicas. “Nada es insondable, todo se puede conseguir. Y no hay problema si para ello hay que pasar por encima del otro, si hay que mancillarlo, cortarlo, pegarlo, con tal de obtener el tan ansiado goce. Un goce puramente sensorial, que se acaba en el acto y detrás de él sólo queda la nada”. (Marzano, M. “La pornografía o el agotamiento del deseo”. 2006. Ediciones manantial SRL. Buenos Aires, Argentina. p.65).
Es presentado al otro como objeto de consumo, una suerte de orificios en los que satisfacerse. A diferencia del desnudo artístico, el desnudo obsceno busca la utilización del cuerpo o de fragmentos de él dando al Voyeur una participación más intensa “que si él mismo experimentara esas pasiones” (Deleuze, Gilles, Logique du sens, París, Éditions de Minuit, 1969, pág.328).
Leandro Pérez Martín, psicoanalista.
Vivimos en la era del softcore de los illuminatis, de ahí la moda de los pantalones mini, emulando el softcore. El porno es para adultos, y eso lo saben de aquí a lima, de lunes a domingo, de la tierra a la luna. Atacan constantemente a la infancia con la sociedad softcorizada. No se puede jugar con los gustos ni la sexualidad de la gente.